Cómo 'Ratatouille' puede enseñarte todo sobre arte.
- Luis Adrian
- 31 jul 2017
- 4 Min. de lectura
«...cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica»

Hablar de arte no es sólo tocar temas que competen a la creación de elementos que de alguna manera retraten la sensibilidad del ser humano, sino también de una tradición que se encuentra en una evolución constante con el fin de retrasar su muerte. A más de un lector le causará un conflicto extraño leer una línea que hable acerca de una posible muerte de la expresión artística. No obstante, eso podría llegar en tanto que los críticos y los mismos artistas continúen con discursos que justifiquen su miedo disfrazado de repudio hacia la necesidad de romper con la tradición, llegar hacia el siguiente escalón de la creación y así asegurar la supervivencia del una de las actividades humanas más antiguas.
Justo gracias a esa postura conservadora, algunas personas no son capaces de apreciar las premisas de los discursos más inocentes (sólo por calificarlos de alguna manera) que aparecen frente a sus ojos en los formatos menos esperados. En 2007, por ejemplo, Disney lanzó la que quizá, más que una película, es su más hermoso manifiesto en defensa de los nuevos creadores que, llevados por la necesidad del descubrimiento, se aventuran a probar nuevos terrenos del arte en cualquiera de sus formas. Estamos hablando, claro, de Ratatouille.
¿Pero por qué esa película? A. O. Scott, critico de cine estadounidense, dijo que la meticulosa crítica que Anton Ego emite después de probar la comida hecha por una rata, más que a la cocina atiende a la actual relación entre la academia y la creación artística. Scott acierta al insinuar que tanto críticos como espectadores rebajan el trabajo de algunos autores por no apegarse a las normas canónicas del arte. Esto inevitablemente empuja hacia marginalidad a artistas cuyo trabajo significa un avance en el devenir creativo. Afortunadamente, al igual que Remy, los creadores no quitan el dedo del renglón e intentan sobresalir incluso cuando la autoridad de los críticos los haya relegado hacia la basura.
«...un gran artista puede provenir de cualquier lado»
Aquí es preciso hacer una pausa para aclarar un punto muy importante, volviendo a Ego y su crítica específica sobre este punto: «no cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado» y es que estamos tan acostumbrados a pensar en que el arte sólo puede ser producido por aquellos que provienen de una escuela con un programa que les permita saber apenas algo de composición, técnica o discurso —los casos en que los tres son bien asimilados resultan escasos—, dejando de lado a quienes bajo el más puro ejercicio de la autodidáctica producen piezas que cumplen con cualquier regla establecida por la academia.
¿Será acaso que exista una institución que enseñe a sus alumnos a no seguir las reglas? y en caso de que la respuesta sea positiva ¿es posible seguir llamando institución a dicha entidad? Si nos ponemos a reflexionar en torno a pocas líneas en el discurso del personaje de Ratatouille, pone en evidencia la naturaleza de su profesión:
«Pero en ocasiones el crítico si se arriesga cada vez que descubre y defiende algo nuevo, el mundo suele ser cruel con el nuevo talento».
—Anton Ego
«La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos...»
No hay nada más cierto que aquello de que «las nuevas creaciones, lo nuevo, necesita amigos», sin embargo ¿los tiene? A decir verdad, sí, pero muy pocos y en realidad casi nada sinceros. No obstante, gracias a su cercanía, las producciones actuales están saliendo a la superficie sólo para encontrarse con el mismo discurso gastado de la crítica en el que nada es válido, a menos que aluda a una tradición o estética bien establecida; de lo contrario, cualquier otro objeto es producto de la pretensión y la mala gestión de las galerías y academias.
Pero si el mismo Ego pone en evidencia que un crítico existe sólo a base de comentarios negativos, ¿por qué se les sigue tomando en cuenta? La respuesta es simple: no dicen otra cosa más que lo que cualquier espectador ya sabía. Dejando de lado algunas verdaderas mamarrachadas —productos hechos en masa, vendidos a precios absurdos al más puro estilo de Andy Warhol— en las ferias de arte; al no entender la razón de una obra, los críticos deciden destrozarla al igual que lo haría un espectador promedio. Quizá lo único que los diferencia es el uso de la palabra, pues mientras uno alude a la habilidad de un menor de edad para crear piezas con la misma vista, el otro hace referencia a una clara falta de técnica e intención.
Después de todo esto, el aprendizaje de que la película nos transmite es una evidente invitación a mirar hacia los nuevos talentos, abrazar a los viejos, sí, pero justo como lo que son: una pieza más en una historia que continúa escribiéndose a través de transgresiones, faltas de forma o técnica y un portentoso sentido de innovación. Es necesario reflexionar bajo estos términos para que, al final del día, un espectador pueda ser el mejor crítico de lo que acaba de observar, alejándose de una vez por todas de cualquier discurso preconcebido que pretenda descartar una obra antes de siquiera analizarla.
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